En el universo teatral, a veces los montajes más poderosos son aquellos que se despojan de todo lo superfluo para concentrarse en la esencia pura del arte dramático. El Nombre de Juana, protagonizada por la primera actriz Monse Duany y bajo la sagaz dirección de Osvaldo Doimeadios, es una lección magistral de esta verdad.
No es solo una función, es una experiencia íntima y electrizante que demuestra que con talento, una tabla de planchar, una percha y un vestuario sugerente, se puede convocar a todo un universo.

El primer acierto monumental de la obra recae en Osvaldo Doimeadios. Su dirección es un ejercicio de inteligencia y fe absoluta en el poder del actor. En lugar de sobrecargar la escena, Doimeadios elige el camino más difícil y más gratificante: la economía de recursos como herramienta expresiva. El espacio escénico, casi desnudo, no se siente vacío, sino cargado de potencial. Cada luz, cada sonido, cada mínimo elemento es colocado con la precisión de un relojero suizo, no para adornar, sino para servir y potenciar la historia y a su intérprete.
Doimeadios disecciona la vida de Juana Bacallao no como una crónica lineal, sino como un caleidoscopio de emociones y recuerdos. La estructura es un viaje orgánico por la psique de la artista, donde lo cómico y lo trágico se entrelazan con una naturalidad conmovedora. Su dirección guía al público a través de este laberinto emocional con un ritmo impecable, dosificando la energía para que cada climax, cada susurro, cada mirada, impacte con la fuerza de un trueno. Es una dirección que se siente en el silencio, en la pausa, en la respiración contenida de la audiencia.

Si la dirección es el esqueleto, Monse Duany es el alma, la carne y la sangre que da vida a esta puesta en escena. Su interpretación no es una actuación, es una posesión. Desde el momento en que pisa el escenario, Duany es Juana Bacallao. Con una disciplina actoral férrea y una sensibilidad a flor de piel, construye un personaje multifacético, lleno de matices y contradicciones humanísimas.
El descriptor con pocos recursos alcanza aquí su máxima expresión. Duany no necesita una escenografía lujosa o un vestuario cambiante. Sus recursos son su cuerpo, su voz y su mirada. Con un gesto mínimo, una inflexión vocal o un movimiento de manos, puede transitar de la picardía más traviesa a la vulnerabilidad más desgarradora. Recorre la vida de La Bacallao no contándola, sino viviéndola frente a nosotros: la joven audaz, la diva irreverente, la mujer que atesora secretos y batallas.
Es en esta economía de medios donde su maestría brilla con más fuerza. La primera actriz demuestra que el verdadero poder del actor reside en su capacidad para estimular la imaginación del espectador, y lo hace con una generosidad y una entrega absolutas. No hay un solo segundo en el que no esté habitada por la verdad del personaje, haciendo que el público ría, se emocione y, sobre todo, comprenda la profunda humanidad detrás del mito.
El Nombre de Juana es mucho más que un monólogo biográfico. Es la celebración de dos genialidades que se encuentran: la de un director con la visión clara y pulcra de un poeta, y la de una actriz con el talento volcánico de las leyendas. Osvaldo Doimeadios y Monse Duany han creado una obra de arte escénica redonda, un homenaje a Juana Bacallao que es, en sí mismo, una lección de teatro.
Es un espectáculo que confirma que para conmover, no se necesitan grandes presupuestos, sino grandes artistas. Una función imperdible que deja una huella imborrable y que nos recuerda el poder transformador y mágico del teatro en su estado más puro.
Escrito por Daimany Blanco/Presidente del Consejo Provincial de Artes escénicas en Cienfuegos
