Transcurrió una década para que una singular colmena inundara nuevamente con su dulzura a esta ciudad de encantos, de distintivos atributos patrimoniales y de grandes artistas dedicados a regalar felicidad a nuestros infantes.
Hace más de diez años fue también mi primer encuentro con los «colmeneros», en una comunidad de mi natal Camagüey, y por aquellos años era una muy joven periodista recién salida de la academia, pero siempre con una niña dentro.
Esta vez el reencuentro con «La Colmenita» fue el momento de despertar nuevamente las emociones de aquella ocasión pero con la inmensa alegría de llevar a mi pequeño de dos años a disfrutar del talento de los «locos bajitos», de Tin Cremata.
Fue así como los rostros de la pureza invadieron este jueves la plaza de La Perla junto a una multitud que abrazó su infancia y regresó a ella a través de la clásica magia de «Ricitos de Oro y los tres ositos», combinada magistralmente con antológicos temas de la década prodigiosa.
Como a otros príncipes enanos, La Colmenita mostró a mi hijo, incapaz de interpretar los códigos del teatro, a los personajes de una de las historias que tras «Había una vez…» reflejan las páginas que lo hacen soñar.
En ese viaje en el que los recuerdos retornaron y fuimos niños otra vez, nos aventuramos quienes decidimos NO pasar por alto en Cienfuegos la oportunidad de recibir lecciones de cariño, de entusiasmo y de esperanza, esa que sólo los que «saben querer» son capaces de impregnar.

Este jueves, como todos los días hace ya más de 24 meses, abracé a mi pequeño al son de las canciones que escuchó desde mi vientre, las de la tía Rosa, la tía de todos, la del eterno «Amanecer Feliz», coreado por las abejitas y los zánganos más laboriosos de Cuba.
Y es que en esta isla-caimán nunca serán suficientes para ellos los reconocimientos, los homenajes, los aplausos pues creo que nada compensa la dicha de regresar a la niñez, de escuchar música de hoy o de los años setenta a la manera de los pupilos de Carlos Alberto Cremata.

En febrero de 1990 se fundó La Colmenita, cuatro meses antes de mi nacimiento. Esa compañía treintañera como yo, es parte de mi vida, de mis remembranzas, de mis valores, y con ella, desde ahora, mi niño comienza también a tejer, en esta, su ciudad, los hilos de su historia y de su «buen corazón».