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Fidel por siempre

Fidel por siempre
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No fue un hombre cualquiera, era un paisaje. Era la ceiba de raíces profundas que se negaba a ser arrancada por el viento. Era el volcán que despertó un día de julio y decidió cambiar la geografía de la dignidad. Hoy, mis palabras no son de despedida, sino de encuentro. Es la búsqueda de Fidel en el mapa sonoro de la Patria.

Si se hace silencio, y se presta oído, se le puede encontrar. Su voz es el rumor de la ola contra el malecón, testigo de tantos amaneceres y confidente de tantos secretos juveniles. Es el susurro que recorre los campos de caña, que no habla de sacrificio, sino de soberanía.

Su figura se dibuja en el lienzo de la memoria colectiva con los colores de la tierra roja de Birán y el verde olivo de la Sierra. Un verde que no es color de guerra, sino de esperanza tenaz, el mismo que viste a los campos de Cuba después de la lluvia. Fidel era un poeta de la acción, un cultivador de sueños en el terruño fértil de un pueblo que anhelaba.

Su legado no está en los bronces fríos, sino en la savia viva. Está en el pincel del pintor que captura la luz única del Caribe, en la pluma del escritor que teja nuevas verdades, en el pentagrama del músico donde la tradición y la innovación bailan un son eterno. Él nos devolvió el orgullo de ser, y al hacerlo, liberó la fuerza creativa más poderosa: la identidad.

Nos enseñó que la cultura es el escudo y la espada de la nación. Que un pueblo que lee, que piensa, que canta y que crea, es un pueblo invencible. Por eso, hoy, la mayor obra de arte de la Revolución es un niño con un libro en la mano, es un joven con un microscopio, es un abuelo que recita a Martí sin haber pisado una universidad, pero con la sabiduría de quien ha construido un país.

Fidel se fue como el Guernica de Picasso, no hay un ángulo desde donde no se le vea, no hay un espacio que no ocupe su presencia poderosa. O como un verso de Nicolás Guillén, con el ritmo preciso y la contundencia de quien nombra las cosas por su nombre.

Y a nosotros, los jóvenes y los no tan jóvenes, nos dejó el verso suelto del poema. Nos dejó la canción a medio componer. Nos entregó la semilla de la utopía y nos dijo: «¡Cultívenla!». Porque Fidel, más que un comandante, fue un sembrador. Sembró ideas que hoy son bosques. Sembró dignidad que hoy es cosecha.

Su física partida no fue más que la semilla que se hunde en la tierra para germinar en mil rostros, en mil voces, en mil proyectos nuevos. Hoy, Fidel es el brillo en los ojos del médico que parte a una misión. Es la idea luminosa del científico en su laboratorio. Es la mano firme del campesino que acaricia la tierra que es suya.

Comandante, usted no se fue. Usted se multiplicó. Se hizo coral en la voz del pueblo. Se hizo raíz en el corazón de la juventud. Y mientras haya en Cuba una guitarra que suene con belleza, un pincel que desafíe con color, y un joven que sueñe con los ojos abiertos… su canción no callará, su obra no terminará, y su luz, su inmensa luz, no conocerá ocaso.

Esta son mis palabras de gratitud. No la de un adiós, sino la de un renacer perpetuo.

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