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El oneroso apéndice de la Enmienda Platt a la Carta Magna

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El 27 de febrero de 1901, el senado estadounidense aprobó una enmienda insertada a la Ley de Gastos del Ejército, que contenía la iniciativa presentada por el senador Orville Platt -de quien tomó nombre-, para obligar a aceptar a la Comisión Constituyente cubana en la Carta Magna de la futura república, aprobada el 21 de febrero, la medida que convertiría a la Isla en un mero apéndice del poderoso vecino.

Poco después, la Enmienda Platt fue aprobada por la Cámara de Representantes y por el presidente de EE.UU, William McKinley, el 2 de marzo, para que se incluyera en la ya elaborada propuesta de Constitución de la Isla aprobada sin esa añadidura que cambiaba todo su sentido.

Mediante tal iniciativa La Unión se abrogaba el derecho de intervenir en la ínsula, cuando lo estimara conveniente y considerara que estuvieran en peligro sus intereses.

Igualmente, obligaba al gobierno cubano a buscar la aprobación de la administración yanqui para sus principales acciones de comercio y política internacional, así como a facilitar sus mejores bahías para bases navales, entre otras medidas que dañaban la independencia y dignidad del país.

A los miembros de la Comisión Constituyente -la inmensa mayoría jefes mambises contrarios a esa imposición- se les advirtió que si no aprobaban la inclusión de la Enmienda Platt en la Carta magna se mantendría la ocupación de Estados Unidos en el territorio nacional, establecida oficialmente el primero de enero de 1899 tras el fin de la guerra hispano cubano estadounidense.

De esa forma, se inició una negra tradición en la que las iniciativas legislativas de La Unión determinaban los destinos de la mayor de las Antillas, práctica que tratan aún en el presente de imponer infructuosamente por medio de resoluciones del Congreso y la aprobación de la Ley Helms Burton y la Torricelli para recrudecer el bloqueo económico, financiero y comercial.

Fue el general Leonardo Wood, jefe del gobierno interventor norteamericano en la Isla en 1901, el encargado de dar forma política y legal para el nuevo siglo a los anhelos anexionistas de Washington sobre su vecina Isla y quien en carta confidencial a Theodore Roosevelt explicó descarnadamente los planes del naciente imperialismo.

“Por supuesto que a Cuba se le ha dejado poca o ningún independencia con la Enmienda Platt y lo único indicado ahora es buscar la anexión.…

“Con el control que sin duda pronto se convertirá en posesión, en breve prácticamente controlaremos el comercio de azúcar en el mundo. La isla se americanizará gradualmente y, a su debido tiempo, contaremos con una de las más ricas y deseables posesiones que haya en el mundo…”

Elegidos para la Constituyente de 1901, los patriotas Salvador Cisneros Betancourt, Juan Gualberto Gómez y Manuel Sanguily emergieron como los principales críticos contra la Enmienda Platt y propusieron rechazarla ya que al aceptarla Cuba “no tendrá soberanía, ni Independencia absoluta, ni será República”, argumentaron.

No obstante, entre la mayoría de los representantes se impuso la concepción de que era preferible la aceptación de tal apéndice que darle a los estadounidenses el pretexto para extender la ocupación del país, por lo cual el 12 de junio de 1901 fue aprobado por 16 votos contra 11.

Esa medida se mantuvo vigente hasta 1934, cuando quedó firmado un nuevo tratado de relaciones cubano-estadounidenses, en el contexto de la Política del Buen Vecino instrumentada por el presidente de Estados Unidos Franklin D. Roosevelt, ante lo cual resultó preferible prescindir del arcaico instrumento de dominación.

Para entonces se habían consolidado nuevas formas de dominación asentadas en el ejército y los órganos represivos desarrollados durante más de 30 años, etapa en la que se promovió una clase política dominante, corrupta, pro yanqui y profundamente anticomunista que al parecer aseguraba el diseño neocolonial de Cuba por largo tiempo.

(Jorge Wejebe Cobo, ACN)

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