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Cuba recuerda a Félix Varela a 171 años de su fallecimiento

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En enero de 1821, el filósofo Félix Varela al abordar el tema de la Constitución española, recién aprobada, convirtió su disertación en el primer texto de política impartido sobre Cuba.

Él había sido designado como representante de la nación, junto a otras personalidades ante las Cortes hispanas, por lo que tuvo que viajar a Madrid.

Durante ese período instó a la metrópoli a conceder a su Provincia de ultramar un gobierno económico y político que permitiera el desarrollo de ese territorio, a la vez que hizo patente su oposición a la esclavitud en la Isla, y solicitó el reconocimiento a las repúblicas iberoamericanas ya independientes.

Fue una etapa en la que reafirmó la convicción de que la única vía para resolver el problema de Cuba era la independencia.

Cuando la Carta Magna peninsular fue pisoteada y el absolutismo volvió a reinar, muchos diputados progresistas como Varela, tuvieron que marchar al exilio.

Se vio precisado a radicarse en Estados Unidos. El rey Fernando VII calificó de infidencia sus ideas librepensadoras y lo condenó a muerte, pero pudo escapar y viajar a Gibraltar, desde donde emigró a la nación norteña, en la cual se radicó durante el resto de su existencia.

Había vivido y estudiado en su niñez, al abrigo de su abuelo, en EE.UU. y fue en La Unión donde se afirma que nació su vocación religiosa.

En sus años de exilio, en 1837 lo nombraron vicario general de Nueva York y en 1841 le confirieron el grado de doctor en la Facultad de Teología del Seminario de Santa María, de Baltimore.

Su salud se quebrantó por el clima frío, pero no fue un freno para su actividad independentista. Quienes le rodeaban veían en él a la figura idónea para estar al frente de aquel movimiento. Fundó allí el periódico El Habanero, cuyos ejemplares llegaron a ser distribuidos en la capital cubana.

La muerte del destacado presbítero ocurrió el 25 de febrero de 1853, a los 64 años, en la localidad de San Agustín de La Florida, tras una larga etapa del destierro al que lo había conducido el colonialismo hispano por su actividad a favor de libertades para su tierra de origen.

Precursor en la formación de la conciencia de la identidad cubana, este sacerdote, pedagogo y filósofo había nacido el 20 de noviembre de 1788, cuando en Cuba comenzaba a originarse una profunda remoción de la sociedad criolla. Quedó huérfano de madre muy pequeñito, luego falleció su padre y quedó con la familia materna.

Su abuelo, quien al igual que su padre fueron oficiales del Regimiento de Infantería Fijo de La Habana, quiso que siguiera la carrera de las armas, pero él defendió su vocación y su deseo de ingresar en el Real y Conciliar Colegio Seminario de San Carlos y San Ambrosio de La Habana, en el cual matriculó en 1801.
Se destacó como alumno prominente y asumió con interés las reformas filosóficas y docentes proclamadas por el Padre José Agustín Caballero y el Obispo Espada, cuando este último inició la ilustrada reforma en las materias que se impartían en esa institución.

A los 18 años concluyó los estudios de bachillerato en artes y recibió la autorización para recibir la primera tonsura, es decir, el corte de un poco de cabello en la parte superior de la cabeza que se les hacía a los aspirantes a sacerdotes.
Ese acto estuvo a cargo del propio Obispo Espada, su protector. Varela estudió las teorías científicas más avanzadas de su época. Para él se podía llegar a la verdad con independencia de la revelación, o sea, a través de la razón, de la investigación. Consideraba en su justa medida la necesidad de romper con la estrechez dogmática en el campo de la ciencia y de la enseñanza.

Cuando aún le faltaba poco más de 11 meses para tener la edad canónica requerida, le fue conferido el presbiterado por el Obispo, quien decidió poner la cátedra de filosofía del Seminario San Carlos en manos de aquel joven, para romper con la escolástica.

Varela estaba consciente de la necesidad de transformar los estudios en Cuba, a partir de las ciencias modernas y los preceptos de la Ilustración. Creó su propio método para impartir las clases, a partir de la aplicación de la razón y la experiencia.

No leía, sino hablaba, no en latín -como era tradicional- sino en castellano, alentando a sus alumnos a que intervinieran en las clases.
Estudiosos de su vida y obra lo califican como quien sentó las bases del pensamiento patriótico e independentista, que cristalizó y actuó en la segunda mitad del siglo XIX.

Los restos mortales de este patriota, que legó a Cuba los fundamentos de un pensamiento revolucionario radical, pudieron llegar a la Isla después de muchos años y se resguardan en una cripta empotrada en uno de los muros del Aula Magna de la Universidad de La Habana donde se les rinden perpetuo homenaje.

(Jorge Wejebe Cobo, ACN)

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