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Segunda Declaración de La Habana, una bandera que todavía flamea

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Más de un millón de cubanos reunidos en la Plaza de la Revolución José Martí respaldaron con un sí rotundo la Segunda Declaración de La Habana, presentada por el Comandante en Jefe Fidel Castro el 4 de febrero de 1962, día convertido en jornada memorable, expresiva, de determinación soberana cuya bandera todavía flamea.

Fidel convocó a ese acto, o más bien corajuda movilización popular, llamándola Asamblea General Nacional a fin de responder en la forma correspondiente a las últimas agresiones e injerencias imperiales contra Cuba, dentro del escenario Latinoamericano.

Por aclamación, los presentes aprobaron el documento proclamado por su líder, el cual precisaba la voluntad inquebrantable de autodeterminación del pueblo y Gobierno Revolucionario de construir el socialismo, como se decidiera tras acontecimientos relevantes, y de defender la soberanía del país.

Esa vez se respondía concretamente a una conjura organizada por Estados Unidos, realizada días antes en Punta del Este, Uruguay, dentro del programa de la VIII Reunión de Consulta de Ministros de Relaciones Exteriores, concitada por el Consejo Permanente de la OEA

Las intenciones eran concretar y promover más sanciones económicas y políticas contra la joven Revolución de la que Estados Unidos temía, sobre todo, la fuerza de su ejemplo. Una circunstancia intolerable para el poder imperial.

Cuba estuvo presente en calidad de miembro todavía de la Organización de Estados Americanos (OEA), representada por el presidente, Osvaldo Dorticós; y Raúl Roa, bautizado después como el Canciller de la Dignidad, por colegas del continente que admiraron su vertical y valiente defensa de la Revolución en los foros diplomáticos y la ONU.

Eran tiempos del presidente John F. Kennedy, quien trazó las directrices macabras de un complot distribuidor de dinero del tesoro público de su nación como premio a la vileza y la traición de desprestigiados gobernantes de algunos estados del área.

Había que cumplir la orden hegemonista de aislar a la Isla, condenarla, para llevarla a una situación económica y social insostenible luego de que las agresiones mercenarias y de las bandas de la contrarrevolución interna y el terrorismo demostraron poca eficacia y grandes descalabros para ellos.

Ya se predeterminaban los entresijos del futuro bloqueo económico, financiero y comercial a punto de nacer en 1962, todavía vigente y condenado por el mundo.

Acudieron a las peores bajezas para alcanzar sus objetivos de dejar sola a Cuba en el campo diplomático.

Se reforzó con el cese total del comercio con la Antilla Mayor; y especialmente la expulsión del Tratado Interamericano de Defensa Recíproca (Tiar), bajo el argumento del vínculo de la nación caribeña con potencias ajenas al entorno geográfico, y de sistemas políticos basados en el marxismo-leninismo, proscrito como al diablo.

Ello conllevaba tácitamente a la expulsión de Cuba de la OEA, organismo donde siempre la potencia imperial ha decidido qué hacer y decir con la mayor impudicia e irrespeto a la dignidad de los pueblos.

Fidel Castro reconoció que aunque hubo gobiernos resistidos a cumplir tan desvergonzado e irracional fin, EE.UU. presionó como bien sabe, mediante conciliábulos, chantajes, regalías, amenazas y mentiras, y al fin se aprobaron cuatro resoluciones contra la mayor de las Antillas, de las nueve allí firmadas.

La Segunda Declaración de La Habana descuella como acción libre, en una tierra digna y soberana, pues quienes la concibieron pusieron en su lugar el acto de cobardía y traición de algunos de los jefes de gobierno allí representados.

El documento cubano comienza con las palabras del Héroe Nacional José Martí cuando, en la carta a Manuel Mercado, considerada su Testamento Político, subraya que seguiría luchando como siempre lo hizo hasta el día de su muerte, para evitar con la independencia de su Patria que Estados Unidos cayera con esa fuerza más sobre los pueblos de América.

Siguiendo el ideario del Apóstol, Cuba vindica su pertenencia y fidelidad a la Patria Grande y denuncia los peligros que entraña seguir dependiendo de los designios del imperio del norte. Se vuelve a señalar el verdadero enemigo de los pueblos del área, solo interesado en saquearlos y despojarlos de sus riquezas.

La Segunda Declaración ratificó la denuncia a la sistemática injerencia del gobierno estadounidense en la política interna de los países de Nuestra América, algo probado por la historia y que llega y se mantiene en días de hoy.
El documento afirmaba que aunque quisieran aislar a Cuba en la economía y otros terrenos, su pueblo seguiría adelante, resistiendo a toda costa porque “(…) la patria no trabaja para hoy, la patria trabaja para mañana. Y ese mañana lleno de promesas no podrá nadie arrebatárnoslo, no podrá nadie impedírnoslo, porque con la entereza de nuestro pueblo lo vamos a conquistar, con el valor y el heroísmo de nuestro pueblo lo vamos a conquistar.”

Cuando la virulencia enemiga en jornadas corrientes no solo hace de todo para aislar a la Revolución cubana en su ejemplar resistencia y construcción de un país mejor, sino también por aniquilarla, aquel acto histórico continúa siendo estandarte de lucha y de esperanza.

Marta Gómez Ferrals, ACN)

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