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Indigencia, nada extraño en el «Paraíso»

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A pocos meses de las elecciones en las que espera continuar su mandato, el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, acaba de atisbar una de sus promesas de campaña de hace cuatro años: invertir 7 000 millones de dólares en la reactivación energética limpia -algo que nunca hizo Donald Trump en su mandato-, reconociendo el peligro del cambio climático y apuntando tardíamente la necesidad de ayuda a los más pobres, cuando se acaba de establecer el récord del mayor número de indigentes en el país más rico del mundo.

Ello toma aún más relevancia, cuando este lunes 24 de abril la Corte Suprema de Justicia analizó un fallo que considera un castigo cruel e inconstitucional penalizar a alguien por dormir a la intemperie, situación en la que se encuentran oficialmente unas 650 000 personas en el país, cifra muy por debajo de lo real, porque responde a encuesta hecha en enero, con por lo menos dos millones de personas refugiadas del frío por varias horas en albergues.

El caso se produce después que la cantidad de indigentes en Estados Unidos creciera un 12% hasta su nivel más alto reportado, ya que el aumento del precio de los alquileres y una disminución de la asistencia se combinaron para dejar la vivienda fuera del alcance de más personas. Cuatro de cada diez indigentes duermen al aire libre, en su mayoría negros, homosexuales y ancianos, según un informe federal.

Dos de los cuatro estados con las mayores poblaciones de indigentes del país, Washington y California, están en el oeste. Las autoridades de ciudades como Los Ángeles y San Francisco señalan que no quieren castigar a las personas simplemente porque se ven obligadas a dormir a la intemperie, pero que las ciudades necesitan tener la capacidad de mantener bajo control los campamentos crecientes.

Conteo objetado

Organizaciones que defienden a los indigentes critican que los conteos se realicen en enero, cuando por el frío muchas personas se concentran en lugares donde puedan encontrar refugio, aunque no sea realmente su hogar, como señala un artículo en el periódico San Francisco Chronicle.

El medio subrayó que si se contara en otro mes más cálido, se identificaría a más personas que subsisten al aire libre, por el solo hecho que es más factible resistir los rigores de la intemperie. Y también  criticó que no se realiza en muchos lugares donde hay poblaciones de personas sin hogar, por lo que no es exhaustivo.

Además, el propio Departamento de Educación ha documentado que existen actualmente 1,2 millones de estudiantes sin hogar en el país, cifra que duplica la cantidad de indigentes aceptada oficialmente, por lo cual muchos de esos jóvenes y niños no entran en la definición formal de indigentes.

Ellos, a no dudarlo, experimentan el problema de vivir en condiciones desfavorables en moteles o en casas que los reciben de modo temporal, y son un factor de grave deterioro social, pues esa condición incrementa sus riesgos de caer en deserción escolar, pandillas y adicciones.

Máxima humillación

Ser un indigente es para muchos la humillación máxima. Tocar fondo y seguir allí, sin poder alzarse. Y en Estados Unidos, con una sociedad tan profundamente individualista y donde el éxito y el valor se expresan en términos de poder de consumo, los sin hogar quedan al final de la lista.

Son los estigmatizados por la derrota, los perdedores irredimibles, los que no estuvieron a la altura. Y aunque tal categorización tenga implícitas una suerte de engaño colectivo y una injusticia intrínseca, esos prejuicios y condiciones estructurales persisten y operan para mantener o arrojar a más personas a las calles. Muchos, sin esperanza, se resignan a la indigencia, en un estado crónico.

No contar con una vivienda fija y tener que subsistir viviendo en albergues, en vehículos, en alojamientos precarios o, incluso, a la intemperie, es la suerte de cientos de miles de personas en Estados Unidos, números que en muchos lugares –como Nueva York– han alcanzado niveles superiores a los admitidos oficialmente.

Tomado de CubaSí

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