En los tiempos que corren, la adicción a la tecnología en la infancia y la adolescencia se ha convertido en un problema muy común, con consecuencias negativas que afectan no solo al bienestar físico, sino también al psicológico y social de los jóvenes.
La adicción a la tecnología en la infancia se manifiesta como un patrón de comportamiento compulsivo que surge cuando los niños y niñas no pueden controlar el uso de los dispositivos electrónicos. Experimentan una necesidad constante de estar en línea, jugar a videojuegos o ver televisión que llega a interferir con sus responsabilidades escolares, familiares y sociales.
¿Qué nos dice la ciencia?
El paradigma tradicional ha sostenido que el tiempo prolongado frente a las pantallas puede representar un factor de riesgo para el desarrollo del trastorno del espectro autista (TEA).
Uno de los últimos trabajos en este sentido contó con la participación de más de 84 000 madres e hijos. En él se examinaron datos recopilados mediante cuestionarios que midieron el tiempo de exposición a las pantallas y la presencia de TEA a los tres años. Los resultados de esta investigación indicaron la existencia de una relación significativa entre el tiempo prolongado de exposición a pantallas y una mayor probabilidad de diagnóstico de TEA a los tres años de edad. Esta prevalencia fue mayor en niños en comparación con las niñas.
Del mismo modo, en otro estudio que investigó la conexión entre el autismo y el tiempo de exposición a pantallas se detectó un impacto negativo de su uso excesivo en el desarrollo infantil. Según concluía Gregory N. Barnes, director del Centro de Autismo de Norton Children, el exceso de tiempo frente a pantallas afecta al habla, al bienestar físico y al desarrollo emocional de los niños. Además de que al reducir las oportunidades de juego e interacción, perjudica la adquisición del lenguaje oral.
Por su parte, la Academia Americana de Pediatría recomienda limitar el tiempo de pantalla para menores de 5 años a una hora diaria. Y, entre otros argumentos, asegura que la exposición excesiva a las pantallas impacta negativamente en las habilidades sociales y del lenguaje en las personas con TEA.
No es una causa sino un indicador temprano
Recientemente, otra investigación nipona, liderada por la Escuela de Medicina de la Universidad de Nagoya, ha identificado la existencia de una relación significativa entre el tiempo de exposición a pantallas y la predisposición genética al TEA. Pero no es exactamente la que pensábamos: los investigadores concluyen que lo que realmente ocurre es que los niños con una predisposición genética más acentuada al TEA tienden a utilizar dispositivos durante períodos más extensos desde etapas muy tempranas. Dicho de otro modo, la predisposición genética al autismo se acompañaría de una tendencia a abusar a las pantallas.
Para llegar a estas conclusiones, se realizó un exhaustivo análisis de 6,5 millones de polimorfismos en el ADN de 437 niños. Este estudio permitió a los investigadores evaluar la susceptibilidad genética al TEA para crear un índice de riesgo genético denominado “puntuación de riesgo poligénico”. Este índice se comparó con el tiempo de uso de dispositivos electrónicos en niños de diferentes edades: 18, 32 y 40 meses.
Según Nagahide Takahashi, de la Universidad de Nagoya, el 27.9% de los niños genéticamente susceptibles al diagnóstico de TEA fueron propensos a exponerse menos de 1 hora diaria. El 39,3% de los participantes tendían a tener una exposición a las pantallas con intervalos de tiempo entre 1 y 4 horas. Y en el 32,8% se observó predisposición para el uso de las pantallas más de 4 horas diarias.
En comparación con la población general, aquellos con riesgo genético de TEA tenían 1,5 veces más probabilidades de pertenecer al grupo con unas tres horas de pantalla al día, y 2,1 veces más probabilidades de estar en el grupo que pasaba más de cuatro horas frente a la pantalla.
¿Qué fue primero, el huevo o la gallina?
Contrariamente a la percepción convencional de que el tiempo prolongado frente a las pantallas puede ser un factor de riesgo directo para el desarrollo del autismo, el nuevo estudio sugiere que el tiempo de pantalla no actúa necesariamente como una causa directa, sino más bien como un indicador temprano del TEA. Es decir, las personas con TEA, caracterizadas por un mayor interés en objetos que en interacciones sociales, pueden sentirse naturalmente atraídas por dispositivos con pantallas.
Este enfoque es esencial para evitar conclusiones simplistas que no reflejan la complejidad de esta condición. No obstante, se necesita aumentar el número de estudios para entender y abordar todos los matices existentes entre el tiempo que pasan nuestros hijos delante de una pantalla y la posible existencia de TEA, ya que su relación no está lo suficientemente clara.
Comprender la interrelación entre la genética y el entorno digital no solo es relevante desde el punto de vista científico: también puede fomentar una conexión más profunda y una comunicación más efectiva por parte de los padres y cuidadores de niños con TEA. Y ayudarnos a todos a abordar con tino los desafíos únicos que enfrentan estos niños y adolescentes en la era digital.