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Vicente García: sin más deseos que la libertad de Cuba

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Quizás una de las más controvertidas y difíciles personalidades de la historia de Cuba en los complejos años de las luchas anticolonialistas es el Mayor General Vicente García González, ese que carga aún con las desidias, pero también con el orgullo, de haber defendido la Patria desde su propia tierra, aunque no dudó en traspasar fronteras.

Tanto era el decoro que latía en aquella coraza mambisa, que prefirió convertir a Las Tunas en especie de antorcha por la libertad, antes de caer otra vez bajo el poder español. Peliaguda resulta la misión de tratar de entender los movimientos del estratega tunero, si no se tiene en cuenta la capacidad y la madurez militar y política que lo acompañaron, pero sobre todo el patriotismo, su más sublime virtud.Criticado en reiteradas ocasiones por regionalista y caudillista, tal vez por la ignorancia o mala fe de quienes lo cuentan, existen profundas lagunas en cuanto a las verdaderas hazañas y proezas del jefe mambí. Sin embargo, lo que no pueden negar jamás, es la entereza del hombre que no claudicó ni en el preciso instante de prender fuego a su propia casa en la Calle Real y de ahí a la ciudad toda.

Cada detalle del legendario patriota debe analizarse con objetividad y en consonancia con el  contexto de crisis que marcaba el decursar de aquellos años. En ebullición de sangre y lucha, parecía la República una utopía en medio de tanta efervescencia.

En cada región despuntaban insignes militares y a Las Tunas, desde su posición estratégica en las puertas del Oriente, le nacía una de las figuras que marcaría para la eternidad cada página de su incierto futuro.

Ocupó los más altos cargos de la República en Armas de forma progresiva, incluso el de presidente, al ser una de las personalidades de mayor destaque en el campo de batalla durante la Guerra de los Diez Años (1868-1878).

Fue iniciador del movimiento revolucionario y fungió como jefe del Ejército Libertador posterior a Baraguá; sin dudas un amplio abanico que lo marcó como uno de los generales más queridos y respetados durante la extenuante contienda.

Unido en vida a la camagüeyana Brígida Zaldívar Cisneros fue padre de ocho hijos, dos de los cuales murieron a causa de hambre y enfermedades, por el acorralamiento de los militares españoles a fe de conseguir su sumisión. Con  mesura debe escribirse el nombre del héroe, sus pasiones por una Cuba libre lo condujeron a la manigua, alejado de la holgada posición económica que lo acompañó desde la cuna.

Solo tres días después de la insurrección del 10 de octubre de 1868, Vicente se alzaba en Las Tunas con pocas armas, sin ejército pero con un corazón entregado a la causa, la misma que marcaría a partir de entonces, el resto de su existencia. Las escaramuzas, tácticas de guerra bien planificadas y actos de resistencia, identificaron cada combate y condujeron al Mayor General a ser reconocido como “el León de Santa Rita” o “león de Las Tunas” por la fiereza y sutileza de sus ataques.

Sin embargo se considera uno de los grandes errores de Vicente lo que se conoció en la historia como sedición de Lagunas de Varona, en marzo de 1875, hecho que retrasó el plan invasor a Las Villas y Occidente de Máximo Gómez durante unos 45 días. En medio de insurrecciones, actos conspirativos en contra de los principales líderes y la mortal carencia de unidad, el general tunero pedía no lanzar el país a un movimiento desorganizado.

Pero la toma de la ciudad de Las Tunas enmendaría en gran medida aquel error de insubordinación, al conseguir una victoria de extraordinaria valía e ineludible significación militar, el 23 de septiembre de 1876. Fue tal la revolución de aquella gesta que se presume como una de las principales causas de la caída del Capitán General de la Isla y, por ende, el punto cimero en la intransigencia política del bravo compatriota.

Distinguido como jefe de los tres departamentos militares, se le ordenó participar en la invasión a Las Villas, pero al solo contar con poco más de una treintena de hombres y a sabiendas de que dirigiría sus tropas a la muerte, decidió no ir y encaminarse a Santa Rita, a unos 10 kilómetros al suroeste de Jiguaní, donde se encontraba su campamento y lideró una feroz campaña de resistencia y lucha, no bien vista por algunos jefes militares y tomada como grave indisciplina.

Participante en la decisiva Protesta de Baraguá, Vicente acompañó al Mayor General Antonio Maceo y dejó clara su posición contra los intereses de la colonia. Como presidente de la República, García sabía que el cuerpo revolucionario daba pasos que serían fatales y decisivos, los cuales conducirían al fracaso.

No obstante, no cejó ni un solo momento y continuó su misión al frente del mando político hasta que la situación se tornó imposible.

Con una muerte en tierras venezolanas, tan polémica como su propia vida, se presume que fue a causa de la ingestión de vidrio molido en un plato de quimbombó, por el que padeció durante intensos meses de penuria hasta perecer de peritonitis el 4 de marzo de 1886, a los 53 años. Triste final que cierra una historia de vida marcada por la heroicidad, la valentía y el decoro ante la realidad imperante en la Cuba colonial.

Deudas existen muchas con el más temerario de los tuneros, compromiso con la memoria patrimonial de esta tierra y esa figura sublime, no exenta de errores que fue el Mayor General García González. Pero no solo apremia a quienes cuentan la historia de la nación, sino también a los que desde su urbe natal tienen el deber de rendir tributos y honor a su estigmatizada epopeya.

Tal vez deberían brotar aún más desde la capital de la escultura cubana, obras de esa manifestación de las artes plásticas en su nombre o los hechos y acontecimientos que dejó impregnados en la historia local y nacional, a modo de gloria a ese que el Apóstol José Martí llamó el Padre de los Diez Años. (Liodany Arias Tamayo, ACN)

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