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Hermanas Giralt, a 65 años de un horrendo crimen

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Era el atardecer del 15 de junio de 1958, Día de los Padres, y policías de la dictadura de Fulgencio Batista se instalaron, armados hasta los dientes, en un apartamento del edificio ubicado en las calles 19 y 24, en el Vedado capitalino, en espera de que llegaran sus presas: dos menudas jóvenes que al intentar abrir la puerta de su hogar cayeron abatidas por las ráfagas cerradas de las Thompson calibre 45 de los esbirros.

En esos días, La Habana era una ciudad tomada por la policía que tenía total impunidad para asesinar a los que consideraban sospechosos, en plena ofensiva represiva tras la Huelga General del 9 de abril.

Las jóvenes asesinadas eran las hermanas Lourdes y Cristina Giralt Andreu, de 22 y 28 años, respectivamente, oriundas de Cienfuegos, quienes se habían mudado a la capital con el sueño de tener un mejor desarrollo económico y estaban empleadas en las oficinas de la Concretera Nacional S.A.

Ese último domingo de sus vidas regresaban de su urbe natal, después de pasar junto a sus padres tan significativo día.

Cristina era reservada y hogareña y Lourdes, a quien nombraban Maruca, se caracterizaba por su carácter alegre y la afición por la pintura y la fotografía. Eran muchachas educadas en las estrictas normas morales de la época.

Ambas participaban en actividades del movimiento de Resistencia Cívica 26 de Julio y repartían bonos, propagandas y colaboraron en el traslado de armas para el Ejército Rebelde.

Por circunstancias fortuitas, un grupo de la lucha clandestina perteneciente al Directorio Revolucionario 13 de Marzo se alojó en un apartamento contiguo al de las hermanas Giralt, y preparó un atentado contra el entonces Ministro de Gobernación, Santiago Rey Pernas, quien solo resultó herido. Pero Cristina y Lourdes desconocían la presencia de los revolucionarios, que ya habían abandonado el lugar.

El coronel Esteban Ventura, activo participante en la espiral de asesinatos que se desarrollaba en La Habana en 1958, obtuvo por medio de la tortura la información incompleta de la estancia de los combatientes, sin precisar el apartamento y de inmediato envió a sus secuaces al referido inmueble.

Durante segundos el vestíbulo del moderno edificio fue caja sonora de los disparos, mientras el humo de la pólvora se extendió como neblina y sobre el pulido piso poco a poco se extendió una mancha de sangre alrededor de los cadáveres de las hermanas Giralt, sobre las que se ensañaron los asesinos, quienes a puntapiés las movían para registrarlas, para a continuación envolverlas en unas sobrecamas ensangrentadas y bajarlas por la escalera.

Poco les importaron a aquellas bestias los testigos de la masacre, solo les interesaba hacer méritos ante sus jefes, sin ni siquiera sospechar que la dictadura entraba en la cuenta regresiva de sus últimos meses.

En la Sierra Maestra, en tanto, era derrotada la llamada ofensiva de verano del ejército que empleó alrededor de 10 mil soldados apoyados por la aviación, blindados, artillería y naves de la marina y que terminarían en una humillante retirada ante los rebeldes que les hicieron centenares de prisioneros y bajas, les ocuparon gran cantidad de armas y recursos militares que harían posible la Ofensiva Final, dirigida por el Comandante en Jefe Fidel Castro.

El crimen de Cristina y Lourdes fue conocido por el pueblo en toda su extensión, a pesar de la represión y la censura del régimen, y contribuyó a la unidad de sectores de la sociedad cubana entre las personas de bien que se movilizaron contra la barbarie dominante.

Hoy, a 65 años de su asesinato, también se les recuerda en su casa natal en Cienfuegos, convertida en Museo de la Clandestinidad, donde se atesoran objetos y documentos de valor histórico, vinculados al quehacer de las jóvenes revolucionarias, junto a otras evidencias que perpetúan la lucha clandestina en esa ciudad.

(Jorge Wejebe Cobo, Colaborador)

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