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Celebremos a los Padres, ¡porque no lo es cualquiera!

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Hoy es el Día de los Padres y, como siempre, trae los dos lados de la luna: en primer lugar, se sabe que hay que celebrarlo, y en segundo, todos piensan que no es una celebración comparable con el Día de las Madres. Porque, en lo más profundo, mucha gente sigue defendiendo la idea de que “madre hay una sola; padre es cualquiera”. En verdad, no es tanto así.

Hace un tiempo conversaba con una amiga recientemente (y muy dolorosamente) separada, quien me decía que se arrepentía profundamente de haberse enamorado de ese hombre, que desearía no haberlo conocido nunca. Cuando le dije que, de no ser por él, su hijo en común no existiría, ella contestó que “lo hubiese tenido igual con cualquier otro”. Y ese es el error. Tu hijo es quien es debido a que dos personas específicas lo crearon. Cambiar uno de ellos significaría cambiar al hijo que amas por otro diferente.

Yo, que conocí el divorcio temprano y el amor de lejos, valoro muchísimo a quienes son capaces de demostrar que el cariño verdadero nace a diario de las pequeñas acciones, del hecho de preocuparse por otra persona que, de no ser por ti, no existiría. Ese que pasa a ver a su hijo cada vez que tiene una oportunidad, que se preocupa de que no carezca, que va a las reuniones de padres, que sabe que el divorcio de la madre no puede representar en ningún caso divorciarse del hijo, ese merece nuestra admiración.

En Cuba, los padres no cuentan con una gran protección legal. No es solo que se aplique la ley tácita de que, en caso de separación, el niño queda bajo la guarda de la madre, sino que es casi imposible demostrar que un padre es más capaz que una mala madre (que las hay, no podemos cegarnos) de cuidar bien de un hijo. En caso de separación, siempre el padre pierde.

El padre que quiere serlo, adora a su hijo desde que está en la barriga de la madre. A su manera, casi siempre torpe, ayudará en cuanto pueda, comprará todo aquello dentro de su presupuesto, aunque no tenga ni idea de la estética, ni del tema de la canastilla o del cumpleaños.

Lo que casi nunca falla es que será ABSOLUTAMENTE INCAPAZ de cuidar del niño enfermo. Se vuelven tan poca cosa, tan temerosos de lo que pudiera pasar, sufren tal ansiedad, que casi siempre es la madre la que debe asumir el cuidado.

Hay quienes no son padres en el sentido estricto-biológico de la palabra, pero que se han ganado ser nombrados de esa manera. Son los que, siendo tíos, padrinos o amigos, siempre están ahí para los niños de quienes les rodean. Ellos llaman para saber si están bien, compran las medicinas que les hacen falta, llegan con globos al cumpleaños y siempre están al tanto de cómo ayudar a los padres. Se ganan a pulso el cariño de todos.

Muchas gracias a esos padrastros maravillosos que aman a los hijos de su pareja; a los que adoptan niños de los que se enamoran perdidamente… en fin, ¡a todos!

Dentro de esa clase extraordinaria de hombres que no consideran que el cariño tenga que ser genético, están los padrastros. Han sido criticados y acusados miles de veces de los crímenes más atroces en la vida real y en la ficción, y no voy a decir que no haya habido (aún los hay) casos escalofriantes de abuso y negligencia, pero hay más de un padrastro que vale tanto como un padre.

Hablando desde la experiencia compartida por muchos de mi generación, la figura paterna estaba llamada a ser la que impusiera el orden y tuviera la última palabra. Más de una vez el regaño de la madre terminaba en “deja que llegue tu padre”. Y, no lo niego, muchas veces el padre se sumaba al regaño materno, pero otras tantas se derretía como una panetelita borracha ante los pucheros infantiles.

Más de una madre se pelea a diario con el padre que solo sabe consentir y jugar, y le deja a ella todo lo educativo y disciplinario. ¡Y la de peleas que esto provoca! Que si lo malcrías mucho, que si yo siempre soy la mala, que si no me ayudas en nada con el niño…y la respuesta de él: “casi nunca estoy en la casa, ¿tú crees que cuando estoy me voy a pasar todo el tiempo regañándolo? Y listo. Mañana será otro día.

Eso es hablando en sentido general, porque las diferencias en la crianza entre niños y niñas son abismales. Si tiene una niña, el padre pensará que es de porcelana, y cuando ella empiece a crecer y le demuestre su cariño, lo tendrá rendido a sus pies. La niña no podrá ensuciarse, ni mataperrear, y no tendrá novio hasta los 38. El niño, en cambio, deberá ser fuerte, no dejarse meter el pie, y parecerse a papá todo lo posible.

Todos quieren pasarle a su descendencia sus conocimientos, de lo que sea. Es una forma de estrechar sus lazos, de garantizar que lo que ha conquistado no se pierda, y de henchirse el pecho de orgullo cuando dice: “el chama lo hace mejor que yo”. De hecho, conozco a uno que le compró a su hijo un set de herramientas de plástico, con pinzas, llaves y hasta picoloro, y le ha enseñado el nombre de cada una. Ahora anda con un video que demuestra esa hazaña, y lo enseña cada vez que encuentra una oportunidad.

Lo cierto es que padres hay de todo tipo. Está el extraordinario que cría a sus hijos solo; el que acompaña a la madre en la crianza, estén juntos o no; el que está lejos pero recuerda a “los niños” cada día y solo piensa en volverlos a ver; el que se quita lo que sea para dárselo a sus hijos; el que baja fiebres; el que quiere cuanto puede, a veces no de la mejor manera. A todos ellos debemos celebrarlos, y agradecerles por ser lo que somos. Gracias a todos los papás

(Autor: Victoria Vázquez / Multicuba.com)

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