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Fidel rumbo a México y la Revolución en marcha

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El 7 de julio de 1955 partía rumbo a México el joven abogado y revolucionario Fidel Castro Ruz, quien había cumplido prisión junto a sus compañeros sobrevivientes de los ataques a los cuarteles Moncada, en Santiago de Cuba, y Carlos Manuel de Céspedes, en Bayamo.

Había transcurrido poco más de 50 días desde su liberación, ocurrida el 15 de mayo de ese año, debido a una amnistía política dada por el tirano Fulgencio Batista, obligado ante la presión popular, un tiempo en el cual Fidel fundó la organización nacional Movimiento 26 de Julio y ratificó claramente su propósito de elegir la lucha armada como vía preferente para alcanzar la libertad y propiciar la caída de la tiranía.

Antes de dirigirse a Ciudad de México, donde se estableció, escribió un manifiesto en el que expresó:

“Me marcho de Cuba, porque me han cerrado las puertas para la lucha cívica. Después de seis semanas en la calle, estoy convencido más que nunca de que la Dictadura tiene la intención de permanecer 20 años en el poder disfrazada de distintas formas, gobernando como hasta ahora sobre el terror y sobre el crimen, ignorando que la paciencia del pueblo tiene límites. Como martiano pienso que ha llegado la hora de tomar los derechos y no pedirlos, de arrancarlos en vez de mendigarlos.”

A pesar de que el régimen batistiano, en componenda con sectores de la burguesía, intentaba por entonces aferrarse a cambios cosméticos que dieran la imagen de una suavizada democracia liberal, la realidad brutal desmentía tales falacias y Cuba había visto varios intentos de participación del joven en actos públicos, aprovechando esas supuestas libertades, reprimidos e impedidos.

Se corroboraba que la suerte estaba echada, como habían concebido los patriotas martianos desde el Moncada y la prisión fecunda de Isla de Pinos, donde permanecieron tras ser masacrados y diezmados por los sucesos del 26 de julio.

Desde su arribo a la capital del hermano país, el dirigente revolucionario contactó a cubanos compañeros de ideales que vivían la misma experiencia y amigos mexicanos que simpatizaban y apoyaban los propósitos de los antillanos. Comenzó a participar activamente en acciones públicas, escribir artículos y a organizar el trabajo ingente que había concebido para vertebrar el combate liberador.

Un mes después de su llegada dio a conocer el Manifiesto no. 1 del Movimiento 26 de Julio, el 8 de agosto de 1955, en el cual presentó oficialmente los objetivos de la organización y los 15 puntos centrales que estructuraban el orden prioritario de su razón de ser.

Desde el D.F. dirige mensajes a un congreso del Partido del Pueblo Ortodoxo que se celebró en Cuba, exhortando a sus miembros a abandonar la inercia, la palabrería y a ser más combativos contra las componendas burguesas que respaldaban el quietismo y perpetuaban los poderes de la sangrienta dictadura.

Durante el exilio comenzó la batalla por nuclear una fuerza revolucionaria que se preparaba para pelear en el terreno ideológico y político, contando siempre con el apoyo del pueblo de Cuba, y sobre todo en el campo militar, con efectivos entrenamientos, en lo cual finalmente debían hacerse realidad el gran empeño y los sacrificios cotidianos. Fidel hizo cumplir ese alistamiento con rigor casi espartano.

Lentamente, enfrentando la vigilancia de las autoridades aztecas, maniobras de la embajada cubana en contubernio con fuerzas oscuras interesadas en el fracaso de la Revolución, se movían recaudando fondos y recursos.

Fidel sostuvo en la capital mexicana dos encuentros con Frank País García, dirigente en la Isla del M-26-7, quien viaja hasta el enclave en la fecha del primer Manifiesto y luego para programar las acciones de apoyo al desembarco del yate Granma, el 30 de noviembre de 1956.

También cumplió dos importantes reuniones con José Antonio Echeverría, una de ellas la ocasión en que se firma la llamada Carta de México que trazó los objetivos comunes que enlazaban al Movimiento 26 de julio y el Directorio Estudiantil de la FEU, brazo armado de esa organización estudiantil universitaria, que dirigía Manzanita (José Antonio).

Fueron notorios los esfuerzos por robustecer la lucha y cristalizar la unidad de las fuerzas revolucionarias más verticales y sinceras radicadas o no dentro de Cuba. Desde entonces llamaba constantemente a confiar en el pueblo y contar con él.

Hacia septiembre de 1955 entraron en contacto por primera vez el cubano incansable y un joven argentino nombrado Ernesto Guevara de la Serna, médico de profesión, humanista por convicción, que en lo adelante uniría su suerte a Cuba y su historia, sería el querido Comandante Che Guevara del futuro.

Otra vivencia imborrable fue la llegada de un cubano desenfadado y audaz, nacido en La Habana: Camilo Cienfuegos Gorriarán, quien tras experiencias desafortunadas en el exilio encuentra la razón de su vida incorporándose de lleno a la causa con la cual diera sus primeros años en Cuba. El Señor de la Vanguardia y Héroe de Yaguajay por siempre.

A fines del año 55, Fidel hizo una gira política exitosa por varias ciudades de Estados Unidos, donde contactó a valiosos colaboradores y simpatizantes de la batalla que intentaba preparar.

En 1956, con una Cuba más violentamente reprimida y de ambiente tenso, el grupo de revolucionarios cubanos en torno a Fidel pueden establecer en febrero el campamento de preparación militar, en un campestre rancho nombrado Santa Rosa, alejado de la ciudad de México. Con los modestos recursos aportados por las organizaciones afines las cosas marchaban a trancas y barrancas, pero marchaban.

Fue un año en que sufrieron el escarmiento de redadas de la policía que detuvieron al propio Fidel, al Che Guevara, a Juan Almeida, a Ramiro Valdés y otros. Se vencieron fuertes escollos a costa de la pérdida de recursos necesarios y vitales y de tiempo. Pero ellos, junto a su líder se mantuvieron en el camino con el propósito de intentar conseguir la libertad de Cuba en 1956, o ser mártires si era el destino, como proclamó Fidel.

Por fin, los 82 expedicionarios del legendario yate Granma pudieron iniciar la epopeya del retorno a Cuba, desde el puerto de Tuxpan, el 25 de noviembre de 1956. La preparación en la patria de Juárez había sido disciplinada, voluntariosa y heroica todo el tiempo.

Resultó una experiencia entrañable aquella de México lindo, llena de mil obstáculos y hasta alguna traición, pero más de compañerismo, lealtades, hermandad, amores y amistades para siempre.

El conductor del yate, quien más adelante se graduaría como conductor brillante de todo el pueblo, se había revelado nuevamente como líder de amplios espectros de acción y hombre de una calidad moral increíble. Desde siempre fue así.

(Marta Gómez Ferrals, ACN)

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