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Cuba recuerda la grandeza y humildad de Máximo Gómez

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El 17 de junio de 1905, a la edad de 69 años, falleció en La Habana debido a una septicemia provocada por una herida en la mano, el indiscutible Generalísimo Máximo Gómez Báez, dominicano por nacimiento y cubano por derecho propio, uno de los más brillantes estrategas de las guerras por la independencia de Cuba y América.

Amado por los agradecidos hijos de esta tierra, no importaba ya que en los momentos del deceso la Asamblea Constituyente del Cerro lo hubiera destituido del cargo de General en Jefe del Ejército Libertador, ofrecido a él por José Martí en 1892, a raíz de la fundación del Partido Revolucionario Cubano.

El pueblo hizo pagar el oprobio de los “asambleístas”, con quienes el Generalísimo había entrado en contradicción desde 1899, con manifestaciones multitudinarias de apoyo al Viejo Gómez o Chino Viejo, como lo llamaba con inmenso cariño, que sacudieron los cimientos de esa entidad y más tarde propiciarían su disolución.

Como un acontecimiento sin precedentes dentro de la pequeña nación, todavía huérfana de alegrías, se recuerda el duelo inmenso vivido por los nativos de esta Isla ante su muerte. Era la realidad nacional tras la proclamación de una amañada república impuesta por la potencia interventora e invasora desde 1898, cuando precisamente las fuerzas comandadas por el estratega mambí estaban a punto de librar el asalto final a La Habana y derrotar a la colonia definitivamente.

Hace 118 años de su partida física y todavía se recuerda que fue llorada con honda pena y adhesión, y su despedida resultó un poco el símbolo del adiós combativo y lleno de latentes compromisos que también se le dio a Carlos Manuel de Céspedes, Ignacio Agramonte, José Martí y Antonio Maceo, padres fundadores de la Patria.

Nacido en Baní, República Dominicana, el 18 de noviembre de 1836, allí pasó la niñez y la primera juventud, donde se formó como militar que rindiera servicios al ejército español hasta la independencia de esa nación.

Tras ese suceso, hacia 1865 viaja a Cuba en compañía de su madre, y se establece en la finca El Dátil, en la jurisdicción de Bayamo, dedicada a faenas agrícolas. En 1866 se licencia del ejército y a partir de 1867 comienza a vincularse con el movimiento insurgente revolucionario que en esa región de Cauto se radicalizaba y organizaba en pro de la lucha anticolonialista.

Ese hombre joven, recto y honrado, con gran pericia de soldado, amante de causas nobles como la libertad, no lo pensó dos veces para incorporarse a la primera contienda emancipadora de los cubanos, a solo dos días de comenzada el 10 de octubre de 1868, comandada por el bayamés Carlos Manuel de Céspedes.

El 26 de octubre del año iniciático de la contienda, que duró 10, ya estaba escribiendo una página brillante en su paso por la historia de Cuba, al concebir y realizar con total éxito la primera carga al machete contra el ejército peninsular, utilizando el modesto instrumento de trabajo rural como temible arma de combate, tomando por sorpresa a sus atónitos enemigos.

Ese histórico episodio fue ejecutado de manera relámpago, muy al estilo de lo que haría el Generalísimo en el futuro, aquella vez al frente de una reducida tropa de unos 40 mambises escondidos dentro de la maleza en el lugar llamado Pinos de Baire, cerca de Jiguaní. La fuerza a la que venció, increíblemente, era una bien equipada columna hispana que procedente de Santiago de Cuba se dirigía a Bayamo con 700 hombres y armamentos.

Con rapidez fue ascendiendo en rango dentro de las filas del Ejército Libertador, primero al mando de las fuerzas del General Donato Mármol, y luego de otros generales. Su valentía, audacia, ingenio, disciplina férrea, concepciones organizativas eran de vanguardia y muy eficaces.

En una trayectoria que se pudiera llamar fulgurante, siempre desde la humildad y los valores, terminó esa contienda en 1878 como protagonista y líder de múltiples combates memorables, con el rango de General.

Uno de sus más fieles discípulos en las artes de la guerra, el cubano Antonio Maceo y Grajales, más adelante hizo un dúo extraordinario con él al participar en la Guerra Necesaria, iniciada el 24 de febrero de 1895, al conducir la epopeya de la Invasión mambisa de Oriente a Occidente, a fines del siglo XIX.

No estuvo nunca de acuerdo con el Pacto del Zanjón que en 1878 puso fin a la guerra, firmado por el español Arsenio Martínez Campos, en nombre de la metrópoli.

Al Zanjón ominoso se llegó por la desmoralización, la desunión, el caudillismo, las ingentes fatigas y depauperación de la guerra y otros males de la insurrección criolla. Pero Gómez siempre actuó sin falta bajo el principio de servir incondicionalmente a Cuba, porque la amaba por muchas razones, pero jamás se inmiscuiría en decisiones políticas de esta tierra, se había jurado.

Entonces se marchó de Cuba a principios de marzo del 78, poco antes de la Protesta de Baraguá lanzada por Antonio Maceo el 15 de ese mes, y se dirige a Jamaica, a reunirse con su familia, y allí se establece en la más absoluta pobreza, después de haber rechazado ofrecimientos de compensación y respeto de Martínez Campos si se quedaba en la Isla. Había jurado también no vivir nunca más bajo el dominio español.

Esa verticalidad de Máximo Gómez fue uno de sus estandartes de toda la vida. En 1879 aceptó una oferta del presidente de Honduras para establecerse en esa nación, en altos cargos de asesoría de su ejército.

Más adelante, por su mediación, incorporó a Maceo y sus familiares a esas labores, que los ayudaban a mejorar sus ingresos para la manutención.

Cuando se marchaba de la antilla Mayor, después del Zanjón, en el cual le acusaron injustamente de haber participado, él escribió que esa tierra siempre podría contar con su consagración y sus servicios, y no fueron meras palabras.

Lo demostró al aceptar el ofrecimiento de José Martí para volver a comandar las fuerzas libertarias, esa vez de General en Jefe, incluso después de algunos desencuentros iniciales con El Apóstol, cuando junto a Maceo participaron en un plan beligerante que no consiguió sus objetivos en la etapa 1884-86.

Las lecciones que dio junto a Maceo en la campaña del 95 los situaron a ambos entre los más excepcionales jefes militares de América. Todavía hoy admira el sinfín de estrategias asombrosas conque lograron poner en jaque al ejército ibérico, llevado al punto de casi ser derrotado, cuando la Doctrina Monroe lanzó su jugada atroz, temida por el Maestro en su tiempo.

Hoy por hoy, los cubanos siguen volviendo al Generalísimo no solo en la hora y gloria de sus batallas, sino también por ser legado contra lo mal hecho, la traición, las indisciplinas, todo lo que implica reblandecimiento moral. Eso igualmente lo hace un referente muy actual. (Marta Gómez Ferrals, ACN)

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