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Si escribiera una crónica para el 14 de Febrero estuviera destinada a los que aman. Seres comunes que tal vez sin percibirlo despojan al rocío de su endeble tinta cada mañana y escriben su propio poema de amor sin hurgar en los yo, las ausencias, las carencias de suspiros y untan el desayuno con millones de “te quiero…”
Los hilvanes de una jornada para el amor tienen a mano la mochila reciclada del perdón, la autenticidad de la sencillez, la cortesía, desamarrar las cansadas botas y atar la brisa para refrescar las madrugadas.
Si lograra algunas líneas impresas dedicadas al amor, me gustaría incluir al abuelo que pide permiso en una cola del pan para alcanzarle la merienda a su nieto que llegó a la escuela puntual y sin peros…, los esposos que mantuvieron fidelidad y se abrazan mediante los océanos.
Tendría acurrucados la risa y el llanto, los minutos del buen café, los consejos de dirección de familia donde se planifica el futuro y el álbum refresca memorias, las selfies y los transeúntes del Prado cienfueguero, aquellos que sin pesar cuentan los años de la vida, sólo por el bien ajeno.
En febrero, escribiría un libro de recetas de cocina, remedios caseros, sabría describir los miembros el grupo de WhatsApp donde donan medicamentos, la niña que protegió a su hermanito durante siete horas debajo de las ruinas de la catástrofe de Turquía; honraría a rescatistas, bomberos.
Claro, en febrero también agradecería. Daría gracias por las oraciones, los amigos, los maestros, los médicos, los choferes que dan botella, los que te miran a la cara para explicarte en una oficina de trámites, la tienda, además, a los vendedores honestos, los contactos que envían SMS por un cumpleaños.
En el Día del Amor juntaría de a una las cosas más simples de la vida, retocaría los versos sencillos de Martí con mi voz, me reiría con el Quijote y Sancho Pansa, conversara con Neruda, me declarara legalmente feliz, porque… qué es la felicidad sino un potente haz de luz abrazador sólo visible, sencillamente, amando.
