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Fidel y el Granma: 66 años dentro de la historia de Cuba

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El 2 de diciembre de 1956 plantó el jalón del comienzo de una nueva etapa en el combate por la libertad, con el arribo a costas cubanas de la expedición del yate Granma, liderada por el jefe del Movimiento  26 de Julio, Fidel Castro, en un día de batalla y enorme simbolismo, que también marcó la fundación a los ojos de la historia de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR).

Por el litoral suroriental de Las Coloradas, Niquero, se produjo el desembarco, tras un viaje riesgoso por el mal tiempo, hacinamiento e inexperiencia, dentro del viejo medio marítimo más conveniente para la pesca o el recreo que para aquel empeño:  cargar 82 futuros soldados de la naciente fuerza armada revolucionaria cubana, integrada por hombres, en su mayoría muy jóvenes.

Solamente Juan Manuel Márquez, el segundo al mando de la expedición, superaba los 40 años y se trataba de un fogueado combatiente revolucionario, comunista y periodista de profesión.

Habían salido del puerto ubicado en el estuario del río Tuxpan, Veracruz, México, el 25 de diciembre, tras meses de intensa preparación en el exilio, en el que tuvieron que enfrentar la cárcel, carencias financieras y la persecución implacable de agentes criminales enviados por Fulgencio Batista y la vigilancia del FBI y la CIA estadounidenses y del gobierno del país hospedero.

   Ello conllevó a que, a pesar del empeño y cuidados por la preparación militar y de alijos clandestina, el gobierno batistiano estuviera al tanto del arriesgado viaje e hiciera todo por aniquilar a los revolucionarios desde el momento de su llegada.

Nada impidió que la promesa hecha por el joven abogado revolucionario de comenzar la insurrección armada o morir en 1956, se cumpliera con la llegada del Granma, ya sin combustible y averiado, motivos que obligaron a abandonarlo precipitadamente lejos de la playa e internarse en una ciénaga de mangles tupidos e hirientes que, paradójicamente, los protegió un tanto del avistamiento de los aviones del ejército mientras casi se arrastraban hasta la costa.

Ya en los tiempos de cárcel en Cuba, en el presidio Modelo de Isla de Pinos debido a los sucesos del 26 de julio de 1953, Fidel Castro comprendió que debían mantener el objetivo de la lucha armada que los había llevado a intentar la toma de los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes, en Santiago de Cuba y Bayamo, respectivamente.

Para él estaba muy claro, pues Fulgencio Batista no cambiaría ni daría ninguna oportunidad a formas de enfrentamiento por la justicia social con las llamadas vías cívicas de la sociedad, aunque se empeñaba en hacerlo creer, para reelegirse en el poder que había usurpado con un cuartelazo.

El joven combatiente y líder, al ser liberado por una amnistía general, fundó entonces el M-26-7 y partió al exilio con la firme convicción de regresar con un grupo de revolucionarios que debían acompañarlo para hacer la insurrección armada, ante la represión y los asesinatos del régimen.

En la hueste expedicionaria también cerraban filas el joven médico argentino Ernesto Guevara de la Serna, conocido más tarde como Che Guevara; Raúl Castro Ruz, Camilo Cienfuegos y Juan Almeida Bosque, todos devenidos Comandantes del Ejército Rebelde, nacido aquel 2 de diciembre.

La travesía había sido extremadamente dura, con los estragos del hambre, los vómitos y el vértigo que producía el violento oleaje de un invierno de ventisca. Los cinco días previstos para el recorrido se convirtieron en siete por fallas del motor y  la sobrecarga de la nave, que también incluía armamentos y medicamentos,  lo que hacía más lenta y riesgosa su marcha. Hubo momentos en que perdieron el rumbo.

Y para colmo, el tener que atravesar aquel denso manglar los dejó más exhaustos y pesarosos por la pérdida obligada de algunos alijos y pertrechos.

Desorientados, además, pues realmente no sabían bien en qué lugar de Cuba se encontraban, avanzaban sin detenerse bajo el acoso de la aviación batistiana, prácticamente sobre ellos, llegaron a las sagradas costas por el pequeño poblado oriental llamado Belic.

Por allí tuvieron la suerte de dar con el campesino Ángel Pérez Rosabal, quien les confirmó que estaban en territorio nacional. A los pocos días, el 5 de diciembre,  les esperaba un duro golpe en un enclave de optimista nombre: Alegría de Pío.

Resulta que el agotamiento y la hambruna habían podido más y los obligó  a descansar en un cayito boscoso bastante ralo, cerca de un cañaveral. En ese lugar los atacó la soldadezca que ya conocía, por testimonios de lugareños, por dónde andaban ellos.

La fuerza fue casi aniquilada y desperdigada. Parecía un revés del que nunca se iban a recuperar. Pero se equivocaron los batistianos, quienes se apresuraron a anunciar la muerte de Fidel y el exterminio total de los rebeldes.

Cuentan que en torno al jefe patriota al principio solo había siete compañeros, luego 12, con los cuales reinició la marcha hacia el firme de la Sierra Maestra, para internarse en ella y continuar la lucha, con su fe gigante de siempre que a muchos sonaba a maravilla.

Por desgracia, a Juan Manuel Márquez lo asesinaron los llamados casquitos de la tiranía, tras apresarlo y torturarlo, al encontrarlo mientras vagaba perdido luego del infausto suceso de Alegría de Pío.

Fidel se reencontró con su hermano Raúl Castro en el histórico sitio de Cinco Palmas el día 18 de diciembre.  Desde el 16 él pernoctaba en la finca El Salvador junto a Faustino Pérez Hernández y Universo Sánchez Álvarez.

Ellos lograron acceder a la zona de Vicana Arriba en las estribaciones de la Sierra Maestra, tras librarse con suerte del hostigamiento enemigo, haciendo un recorrido largo y tortuoso sin agua ni alimentos.

Sucedió algo bueno en medio de la contingencia: poco a poco, a la finca de Ramón Mongo Pérez, hermano de Crescencio Pérez, se fueron acercando varios de los expedicionarios del Granma, auxiliados por colaboradores vinculados al Movimiento 26 de Julio. Entraron en aquel escenario Guillermo García y Crescencio Pérez, campesinos que organizara Celia Sánchez Manduley para apoyar el desembarco . Su colaboración fue esencial en la sobrevivencia de los combatientes y en la búsqueda de armas dispersas.

El 25 de diciembre de 1956 era un hecho que la lucha guerrillera se llevaría a cabo sin tregua, en aquellos escarpados sitios luego devenidos en Comandancia General o Estado Mayor y baluartes.

Que hermoso es imaginarlos reunidos con el primer pequeño refuerzo enviado por la combatiente clandestina manzanillera Celia Sánchez, mientras desde la heroica y batalladora Santiago de Cuba su pueblo comandado por Frank País, pondría rodilla en tierra y hasta moriría, por apoyar la fase definitiva del naciente combate.

La suerte de la verdadera Revolución estaba echada, y signada por la victoria.

(Marta Gómez Ferrals, ACN)

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