Existe una extraña relación de amor – odio entre los cubanos y los hombres de la luz. Cuando en las noches el hogar está iluminado, las calles se matizan color sol o plateadas como luna, por las grandes bombillas, y en un instante invade la negrura, aflora ese feo sentimiento por los hombres de la luz.
En los últimos meses el pensamiento de quienes habitamos esta ínsula hacia los hombres de la luz apuntó al desdén, a la apatía, a la ignorancia, esa que ante horas de prolongada oscuridad nos impide reflexionar y percatarnos de que ellos no son culpables de los días silenciosos, ni de las negras noches.
Los hombres de la luz nacieron con ese extraño don de hacer fácil lo complejo. Su capacidad permite resolver con experticia problemas técnicos que escapan de la sabia de quienes vivimos en un mundo de letras, palabras o entre las complejidades de alguna otra ciencia, alejada de esos grandes cascos que los protegen.
Existe una extraña relación de amor- odio entre los cubanos y los hombres de la luz que puede cambiar en instantes. Cuando vuelva el brillo a casa o a las venas de la ciudad, regresan también la empatía, el cariño y la consideración por quienes durante las últimos días en Cuba se visten de titanes.
Desde el viernes 18 de octubre, cuando el país perdió toda su luz y quedaron mudas las emisoras de radio, los canales de televisión, los equipos de las fábricas y el interior de cada hogar, los hombres de la luz dejaron el refugio familiar sin conocer la jornada de regreso. Salieron de casa con el abrazo de su amanda, su pequeño o de la madre, con una convicción, hacer nuevamente la luz.
Por estos días, ese fue empeño total de cientos de trabajadores del sector eléctrico en toda la nación. En Oriente, Centro y Occidente crearon una isla, una isla de luz para luego iluminar a este «caimán» que dejó el verde esperanza para recuperarlo luego gracias a ellos, a su esfuerzo, a su constancia, a sus desvelos.
Aún restan horas de sacrificio y trabajo sin descanso para los hombres de la luz. Hoy, como en tantas ocasiones, muchos desafían el peligro y arriesgan su vida, cuando la naturaleza vierte su furia contra nosotros. Hasta las zonas afectadas por el huracán Oscar llegaron con urgencia para, desde las peligrosas alturas, reconstruir lo dañado y hacer también el milagro.
Existe una extraña relación de amor – odio entre los cubanos y los hombres de la luz. Lamentablemente no desaparecerán las negras noches, ni los días silenciosos. Sin embargo me atrevo a asegurar que, más allá de ello, creció la admiración y gratitud por quienes desde una termoeléctrica, un punto de generación, un despacho de control, un vehículo de guardia o desde lo alto de una línea, consigueron revertir la desconexión, el más complejo fenómeno del Sistema Electroenergético Nacional, y lograron la hazaña de iluminarnos nuevamente.